lunes, 31 de marzo de 2008

"Bon dia Catalunya!"

¿Recuerdan este saludo? Despertó a centenares de personas en los setenta y le llevó a la cima de la radiodifusión catalana en muy poco tiempo. Fue en 1964, cuando el uso del catalán aún seguía en cierto modo condenado y se veía resentido en los medios de comunicación por las acciones franquistas del pasado. Pero con su Radio-Scope, un programa que emitía a primera hora de la mañana Radio Barcelona, Salvador Escamilla rompió, si aún las había, con todo tipo de rencillas y redecillas ideológicas. Con su programa de radio amplificó la onda de la Nova cançó, aquel movimiento artístico que, en pleno franquismo, reivindicaba el uso normal de la lengua catalana en el mundo de la música. Y por sus brazos pasaron artistas de la talla de Serrat y Lluís Llach, que encontraron en él la sólida mano que les dió el empujón hacia la popularidad. Además grabó, dentro de su carrera musical, más de una quincena de discos e hizo algunos doblajes como cantante en películas como Mary Poppins o West Side Story. Padecía desde hace años una grave enfermedad degenerativa y ayer, tras sufrir una embolia, Salvador Escamilla falleció a los 77 años.






Son días tristes para todos, porqué ha muerto el que años atrás impulsó con genio y figura nuestra cultura. Y hoy todo lo demás es puro cuento...


domingo, 16 de marzo de 2008

I do you el 'chiki-chiki' a mi manera...


1. El Brikindans
Porque es muy difícil que el chiki-chiki se le quite a uno de la cabeza.


2. El Crusaíto
Porque se ha convertido en todo un fenómeno de masas.


3. El Maiqueljason
Porque va a ser el primer año que mucha gente vea el festival de principio a fin.


4. El Robocó
Porque... ¡Irlanda va a mandar una marioneta en forma de pájaro!




Y porque era el mejor en una gala patética, porque fue uno de los pocos que no desafinó, porque TVE intentó por todos los medios que Chikilicuatre no se proclamara vencedor a favor de una tal Coral y, querido José Luís Uribarri, fenómenos culturales como el del chiki-chiki son duros de pelar. Y de asimilar. Porque Eurovisión ya hace muchos años que no reúne a toda la familia ante el televisor. Anda de capa caída. Y la pretensión de resucitar el festival no ha respondido a gusto de todos. Pero si de la mayoría de personas que, democráticamente, han apostado por la parodia del certamen y del circo político que es Eurovisión desde hace tiempo. Porque sí que sí que el tiempo transcurre y las formas cambian. Y ahora lo que se lleva es bailar el chiki-chiki. Nadie se libra. Ni puticienta.

Así que ¡perreeeeeeeeeeen!

sábado, 15 de marzo de 2008

Apendicitis

Esta mañana puticienta ha salido a la calle. A buscar el periódico. Por aquello de que, de vez en cuando, a una se le inflama la glándula de la curiosidad y le da por culturizarse de una forma más formal, valga la redundancia. Estupendo es acercarse un sábado, temprano, al quiosquero y soltarle de buena mañana:

_ Que me llevo El Periódico, La Vanguardia, El País, El Mundo, El Punto

Y aparte. Porque hay que estar informado, sí. Pero si resulta que algún día tienen mucha prisa, ¿qué hacen? Pues ahí les va una pequeña y prudente sugerencia. Cogen el PC, se meten en Internet. Buscan grupos multimedia en Google. Y, como si de Rappel se tratara, en cinco minutos saben quién es amiguito de quién y que va a aparecer publicado ese mismo sábado en el suplemento cultural. Lo dicho, que no hay nada como tener buenos compañeros de CAV: Club de Amantes del Vino, Comité de Aperitivos y Vermuts, Conchas Almejas y Valvas… Y así una larga lista, como diría Percebal, de “Reyes del Canapé”. Porque si hay algún elemento que hoy en día pueda descifrar el panorama de la industria cultural en España ese es la Geografía Económica (y la gastronómica, que a todo buen hombre se le conquista por el estómago).

Ante este espectáculo una se cuestiona si debería o no haber horizonte para el suplemento cultural. Si hay suplemento, tal y como indica la misma palabra, es porque existe la necesidad de ampliar o complementar una carencia, la de la cultura, reemplazando su ausencia con su presencia casi obligada. Puede que el remedio sea peor que la enfermedad, pues es bien sabido que el suplemento decide qué publicar cumpliendo antes con los compromisos extraculturales de todo el grupo. Pero pensar en eliminarlos podría convertirse en un fatal error. Tal vez lo inteligente sería, siendo realistas y asumiendo que dentro del propio periódico la cultura no tiene gran cabida, aumentar las páginas de los suplementos y publicarlos diariamente. Ya que existen, CAVilemos sobre ellos, que no está de más y nunca se sabe.
[Enlazo la crítica al libro de la semana de Babelia, suplemento cultural de El País. Está dedicada a Elefante Suite, de Paul Theroux. Un último apunte, por si el autor de la crítica no lo menciona. Que sepan que la editorial es Alfaguara y que pertenece al Grupo Santillana que a su vez forma parte del Grupo Prisa, como El País. Qué bonito cuando todo queda en familia...]

domingo, 9 de marzo de 2008

Entre polvo y naftalina

¿Recuerdan a la ratita que barriendo la escalera se encontró una monedita? Pues vaya con la roedora. Puticienta lleva toda la tarde cepillando las rendijas de su jaula y no ha sacado más que mierda. La nimiedad del ser puede resultar, a veces, altamente insoportable. Y que razón tenía Milan Kundera cuando, abordando ampliamente en uno de sus capítulos la cuestión del kitsch, reiteraba la flamante idea de que si la palabra mierda ha sido reemplazada en el cosmos de la literatura por un arsenal de susceptibles y quisquillosos, no ha sido por razones morales:

“El desacuerdo con la mierda es metafísico. El instante de la defecación es la prueba cotidiana de carácter inaceptable de la creación (...). O bien la mierda es aceptable o bien la manera en que hemos sido creados es inadmisible”.

El mundo es un lugar en el que la mierda se comporta como si no existiera. A este ideal estético se refiere Kundera, cuando define lo kitsch. Tildado de vulgar, sentimentalista y de mal gusto, pretencioso o artísticamente falso; falto de originalidad y atribuido al deleite popular. Pero todo el gozo, en un pozo. Porque tal y como explica Kundera el kitsch, por esencia, es la negación absoluta de la mierda, excluyendo de su campo de visión todo aquello que la esencia humana tiene de esencialmente inaceptable.

Detrás de esta excelente reflexión y de un no menos maravilloso cuestionamiento sobre el ser humano, puticienta destapa el camuflaje que disimula el verdadero interrogante que late en nuestras entrañas:

_¿Quién soy yo? ¿Qué tienen en común conmigo Raffaella Carrá y Manolo Escobar, que han irrumpido muy sutilmente en mi pantalla de televisión durante todo el sábado noche?

Nada, si no fuera porqué se han convertido en iconos kitsch. Una moda que, aunque un tanto mojigata como refleja Kundera, rescata aquellos grandes éxitos del pasado que tanto nos hacen gozar.

Barriendo la escalera, entre polvo y naftalina, puticienta ha vuelto a tropezar, esta vez con el pop melancólico de los 90 de Belle&Sebastian. Suena su inconfundible Expectations (Tigermilk, 1996), tema que, curiosamente, ha sido remasterizado e incluido en la BSO de la película Juno. Créanme cuando les digo que puticienta no es la única que disfruta con este típico y tópico placer culpable. Presten oídos, tengan curiosidad y, si no les parece una mierda, deléitense.

http://es.youtube.com/watch?v=4ZjZ91E6fdE





miércoles, 5 de marzo de 2008

'Ciberterrorismo de Estado'

Con mucho acierto el gran historiador Eric Hobsbawn respaldó la idea de que el siglo XX empezó en 1918, con el fin de la primera Guerra Mundial, y terminó en 1989 con la caída del muro de Berlín. Y es que un siglo no empieza y termina cuando lo marca un calendario. Por eso política y culturalmente hace ya muchos años que nuestra sociedad está inmersa en el siglo XXI, compartiendo al mismo tiempo, de forma global e inmediata, gran cantidad de información que se difunde a través de las nuevas tecnologías. Desde 1989 todos somos migrantes de una nueva cultura creada por las tecnologías del conocimiento, que nos desplaza hacia un planeta altamente tecnificado, hacia la llamada Sociedad de la Información.

De esta revolución tecnológica y cultural debería derivarse utópicamente una sociedad homogénea e igualitaria, tanto en materia de difusión como de recepción de datos a través de la red. Sin embargo, el poder de transmitir información no está al alcance de todos: el factor capital ha dado lugar a una concentración vertical del producto info-comunicacional, situándolo en muy pocas manos. Las tecnologías de la globalización postindustrial han cambiado el sentido de la nueva migración: nuestra sociedad ya no se divide entre ricos y pobres, sino entre quienes pueden recibir y transmitir información y quienes han quedado desconectados del mundo. Se abre así un enfrentamiento moral en el que se cuestiona si nos encontramos ante una evolución positiva de nuestra sociedad o si, por el contrario, la Sociedad de la Información no es más que la sutil creación del entramado capitalista; un debate en el que se plantea si la desreglamentación del mercado informacional y la inexistencia de leyes que regulen el derecho al acceso y a la difusión cultural fomentan la desigualdad. Se habla del peligro de la homogeneización y de la desaparición de la identidad cultural de aquellos países que han quedado expuestos a los contenidos impuestos por las majors que controlan toda la programación. Sin embargo, de este sutil planteamiento se exime gratuitamente a los principales actores del espacio público: los gobiernos. Viéndose a sí mismos como posibles víctimas de la migración digital y del fenómeno Internet, actúan en consecuencia y también restringen en ocasiones el acceso a los nuevos servicios informacionales, audiovisuales, culturales y artísticos que ofrece la red.

Internet ha provocado que tanto la vida económica como política de nuestra sociedad empiece a emigrar hacía las inmediaciones de la red. En Internet se produce una gran cantidad de información, fiable o no, que para algunos puede resultar incontrolable y peligrosa. La imagen desbocada de Internet está provocando en los organismos gubernamentales de la mayoría de países una preocupación por la estructura estatal, viendo peligrar el control efectivo que tenían sobre las masas. Por lo tanto, esa libertad de la que supuestamente goza el usuario, que busca información, y el proveedor de contenido, que puede tratarse del mismo usuario, está siendo coartada tanto por aquellos que falsean información dentro de la red como por las instituciones estatales de algunos países, alegando que Internet es incontrolable y cuestionando el carácter desenfrenado que presenta la red. Ahora el elemento clave de manipulación que acecha al usuario se encuentra en la restricción de información y de contenidos por parte de las instituciones gubernamentales, justificando la acción como remedio a la condición incontrolable de Internet.

Abrumados por esta situación compleja, los Estados se ponen a la defensiva. Todos quieren tener Internet, pero sueñan con una red bajo control. Frente a este dilema, se despliega un arsenal de medidas represivas. Los regímenes más autoritarios legislan, vigilan y censuran. En Corea del Norte el caso Internet está zanjado: ni servidor, ni posibilidad de conexión. Arabia Saudí, no obstante, ha preferido construir un gigantesco sistema de filtración de direcciones y contenidos, dando lugar a una Intranet nacional. En el caso de China, que al parecer ya tiene 20 millones de internautas, se están formando brigadas de policías para “la guerra contra los artículos antigubernamentales y anticomunistas publicados en la red” y también se está dotando de un dispositivo legislativo sumamente represivo, en el que la cibercriminalidad puede ser castigada con la pena de muerte. Sin perder de vista a las democracias occidentales, en éstas el temor a un Internet incontrolable se traduce en repetidos intentos de instauración de un marco legislativo. Tal y como especifica Gutiérrez López “el verdadero problema que se presenta es que, parece ser que una serie de analfabetos digitales, normalmente jefes de gobierno, quieren controlar la red e imponer sus criterios de censura. El motivo principal es, según ellos, el ciberterrorismo. (...) Y si es así ¿quién nos salva a nosotros del ciberterrorismo de Estado?". Si Eric Hobsbawn levantara, asombrado, la cabeza, ¿pondría fin a esta era y daría nombre a otra en la que ni estados, ni delimitaciones, ni restricciones culturales desigualitarias tendrían ya sentido?
Como explica Lorenzo Vilches, “si la vida económica y política se traslada a la red, a través de un proceso de mercantilización de las relaciones que forman el tejido de la democracia, los gobiernos basados en la delimitación geográfica de un territorio pierden bastante de su razón de ser”. Y a todo esto puticienta se pregunta, fisgona y pedante como siempre, si estará en peligro la antigua estructura social, cultural y tradicional del estado. Porque es más que posible que el temor de los estados a perder poder e influencia sobre su territorio, como consecuencia de este profundo cambio en la dinámica social y cultural en la que estamos inmersos, sea un factor mucho más influyente en la restricción del acceso a las nuevas tecnologías, en la limitación de la libertad, de la interactividad y del derecho del usuario a poder acceder a todo tipo de información cultural, que el propio discurso globalista. Dicho queda.