viernes, 29 de febrero de 2008

'Vamos por partes'

Como dirían Los Muñoz:
_ Escúchame princesa, Porque mañana es fin de semana y Destrangis in the night puticienta ¡Vuelve a las andadas!

Todos los viernes, a su derecha, en El Cuadernillo. Ahi van algunas perlas que pueden dar brillo a nuestro weekend. Aunque para gustos, colores.

Así que ya saben, déjense de Tanta tinta tonta, cálcense los zapatos y Gulere, gulere, gulere...

martes, 26 de febrero de 2008

Un gorrión en Hollywood

Indagando en su cuchitril puticienta tropezó en la alfombra roja y se topó con un distinguido ochentón:

_Pero Óscar, ¡qué jodidas son estas caídas de audiencia!
_ Wherever... ¡que éste ya No es país para viejos!

Y si no que se lo pregunten a la recién premiada Marion Cotillard, galardonada con la estatuilla como mejor actriz principal por su interpretación de Edith Piaf en La vida en rosa. Llegar y besar el santo. Pero para rosario el que le endosa el director francés Olivier Dahan a su protagonista. El film, si consigues descifrar qué ocurre entre escena y escena, se obstina en mostrar una Edith Piaf mártir y sacrificada, así que no esperéis ver ninguna secuencia graciosa durante todo el largometraje.

Y es una verdadera lástima que el soporífero biopic de Edith Piaf empañe la excelente filmografía del autor, que siempre se ha caracterizado por mantenerse fiel a una generación de actores del talante de Benoît Magimel o de Romaní Duris, que, agraden o no, le han dado personalidad y estilo a su trayectoria profesional. Si Olivier Dahan creía que La vida en rosa sería una de esas películas en las que, cuando termina, te quedas clavado en la butaca sin poderte levantar, se equivocaba. Si Olivier Dahan pretendía radiar con La Môme el impulso vital de una artista de la talla de Edith Piaf, erraba. Porque lo único que deja rastro y perdura a lo largo del film es lo simbólico del título en francés. Y es que acercarse a la última escena de la película con la sensación de tener a tus espaldas 140 minutos, mal entramados, de puros momentos anecdóticos de la vida de la cantante francesa es prueba suficiente de que la historia de Dahan, esta vez, no ha logrado calar hondo.

De los barrios bajos de París al éxito de Nueva York, de una infancia reñida por la pobreza al estrellato mundial, la vida de Edith Piaf está repleta de apasionados romances con eminentes nombres de la época, como su gran amor el boxeador Marcel Cerdan. Pero el gorrión de París se merecía un film mucho mejor que éste. Y es que son muchas las cosas que no funcionan en esta narcótica biografía. Quizás la más notable sea un guión en el que no se desarrolla a los personajes secundarios. Y demos gracias a que Olivier Dahan tiene el detalle de presentarnos a algunos de ellos, puesto que el resto pasan por el film sin que el espectador tenga la menor idea de quiénes son ni qué relación tienen con Edith Piaf. Era de esperar, pues, que tal incertidumbre entorno a los acompañantes de Edith diera lugar a un reparto que no se luce ni seduce con sus interpretaciones por no saber qué hacer con su papel. Un guión receloso y atestado de personajes desconocidos, que no mejoran en una trama que abusa en su estructura de agotadores saltos temporales. De la Piaf de los años 40, a la infancia de Edith. De la niña, a la cantante francesa de los años 30, para saltar de nuevo a los 40 y retroceder otra vez a la niñez de Piaf. Una narración no lineal que acentúa más la incapacidad del director para explicar una historia de la que podía haber sacado más jugo, si se hubiera centrado en una etapa de su vida.

Un último consejo, por eso de que, a veces, el zapato estrecha y a uno le falta el suelo. Si lo que quieren es compilar la esencia francesa de los años 40 y disfrutar de la maravillosa voz de Edith Piaf, puticienta les recomienda que abandonen el felpudo rojo, empiecen a husmear en los cajones de las tiendas de música y compren alguno de sus CDs remasterizados.




sábado, 23 de febrero de 2008

Érase una vez

“Ni Blancanieves era tan pura ni su fruta tan oscura”, pensaría Walt Disney si hoy levantara la cabeza y descubriera que había una vez una dulce princesa que pelaba la pava con Mudito y Gruñón. Del sofocón que le daría se descongelaría de golpe. Porqué para pelandrusca la madre de la princesa, que en la versión original del cuento, envidiosa de su belleza, ordena matar a su hija a lo Hanníbal Lecter, arrancándole el corazón. Como bien dice el refrán, no es oro todo lo que reluce ni es tan fiero el Gruñón como lo pintan.

Quienes crecieron soñando con una vida de cuento, de duendes, de hadas, de príncipes y de varitas mágicas, perturbados por el poder cultural del "vivieron felices y comieron perdices", que sigan leyendo. Porqué para educación la de Blancanieves, que la niña, por guapa, va y casi la endiña. Si algo aprendió puticienta es que cada cuál sabe dónde le aprieta el zapato. Así que, en palabras del escritor argentino Almafuerte,

¡Seas el que tú seas, ya lo sabes:
a escrutar las rendijas de tu jaula!